Capítulo 4




Una experiencia particular



Jacarandá miró para atrás y notó que estaban en medio del bosque lo suficientemente lejos como para seguir corriendo.
-Estoy cansado -dijo Jacinto.
-Bueno, descansemos un poco -sugirió la niña.

De repente sintieron que algo se movía detrás de un arbusto. Jacarandá se acercó para ver que había. Dio un paso dio otro, dio un paso, dio otro y allí la pudo ver: era una simpática ardilla comiendo una nuez. Al verlos, la ardillita se escabulló asustada entre las plantas.
-¡Quiero verla! -murmuró Jacinto, quien fue interrumpido por otro sonido. Los hermanitos se dieron vuelta y descubrieron a la segunda visita: un hermoso ciervo tímido y pequeño.
-¡Un bambi! -susurró Jacarandá. Y para evitar asustarlo, se acercó en puntas de pie. Dio un paso, dio otro, dio un paso y otro y lo acarició.
De un momento a otro el bosque entero había venido a visitarlos. Estaban rodeados de ciervos, liebres, ardillas, sapos, ranas, pájaros carpinteros, colibríes y búhos. Jamás habían visto tantos animales juntos, que si bien parecían inofensivos, les daba miedo.
-A la cuenta de tres empezamos a correr -propuso la pequeña-. Uno, dos tres!!!

Y en seguida salieron disparados. Corrieron a mucha velocidad con todos los animales corriendo detrás de ellos.
-¡Me están alcanzando! -gritaba Jacinto.
-Corre Jacinto, ¡no te detengas! 
-¡Tengo miedo que me alcancen! Oh! ¡Quiero mami! -se quejaba Jacinto.
-Vamos corre rápido o nos atraparán! seguía alentándolo Jacarandá.
-Ayúdame, no te alcanzo, el ciervo se me esta acercando.
-Dame la mano, confía en mí.

Era tal el miedo que tenían, que no se daban cuenta que eran animales inofensivos con ganas de jugar. Anduvieron por el bosque un largo rato hasta que por fin Jacarandá encontró un arbusto donde esconderse. 

-¿Y ahora qué hacemos? 
-Nada -respondió Jacarandá. Respiró profundamente, y entendió que algo habían hecho mal. Si bien el plan era regalarle una sorpresa a mamá, pintar las paredes y escaparse al bosque no había sido la mejor idea. Habían hecho enojar a su madre y eso no le gustaba nada. Entonces se levantó con el impulso de regresar pero se dio cuenta que no tenía ni idea de dónde estaban.
-Me parece que estamos perdidos Jacinto. ¿Tú sabes como volver?
-No -Respondió su hermano al borde de las lágrimas. 
Jacarandá volvió a sentarse para pensar un plan. 
-Quiero ir a casa -suplicó Jacinto.
-Ahora volvemos -dijo su hermana concentrada dispuesta a encontrar una solución a este embrollo. 
Un deseo fuerte se apoderó de ella por hacer las cosas bien y reencontrarse con el amor de su Madre. ¡Milagrosamente alguien la escuchó! Jacarandá sintió que algo se despertaba dentro de ella por debajo de su ombligo. Era una sensación nueva que le daba cosquillas.
¡Una lucecita se había encendido dentro de ella! 
No sabía que era lo que estaba pasando, pero tenía la certeza de que esa luz era algo bueno. Puso las palmas de sus manos sobre sus rodillas y se entregó a la magia de esta luz que ascendía por el centro de su cuerpo haciéndole cosquillas. Se sentía enorme, como si esta luz tuviera la fuerza para elevarla de la tierra y acercarla al cielo. Abrió los ojos y vio a las nubes tan cerca que estiró las manos para tocarlas. La luz siguió ascendiendo y de repente la lucecita comenzó a golpear en lo alto de su cabeza. Ella apoyó su mano y tuvo una experiencia maravillosa. De lo alto de su cabeza salía brisa fresca. ¡Jacarandá no lo podía creer! Era la sensación más extraordinaria que había tenido jamás. Miró las palmas de sus manos y notó que de ahí también salía este airecito, mientras la lucesita la conectaba con el todo el universo. Estaba más feliz que nunca.

-Jacinto, tengo brisa fresca en las manos y en la cabeza, y es gracias a una lucecita que tengo adentro. ¿Quieres sentirla? 
-Sí -respondió sin titubear su hermano.
-Solo tienes que desearlo. Cierra los ojos y desea con fuerza que esta lucecita se despierte dentro tuyo.
Su hermano, cerró sus ojitos y dijo para sus adentros: “Lucecita, por favor, despiértate dentro mío”. ¡Y así fue! ¡Plin! la luz se encendió debajo de su ombligo y ascendió rápidamente a lo alto de su cabeza. Jacinto sonreía como nunca. Fue entonces cuando oyeron una enorme voz que provenía del bosque. Era la voz de la naturaleza que les decía:
“Esa luz que se despertó dentro de ustedes es el pedacito de universo que cada ser humano lleva dentro suyo. Es la energía que los cuida y los trajo a este lugar para que se vuelvan a conectar con ella. Ahora están conectados para siempre y pueden usarla cada vez que la necesiten. Es un poder que tienen que cuidar, para que se haga bien fuerte, y luego despertarlo en otras personas”.

Un fuerte viento voló los cabellos de los niños. Jacarandá notó nuevamente la presencia de los animalitos. Pero esta vez no tuvo miedo y con el corazón contento tomó de la mano a su hermano y le dijo:
-Volvamos a casa. Ya sé cuál es el camino de regreso.

Continuará…