Una experiencia particular
Jacarandá miró para
atrás y notó que estaban en medio del bosque lo suficientemente
lejos como para seguir corriendo.
-Estoy
cansado -dijo Jacinto.
-Bueno,
descansemos un poco -sugirió la niña.
De repente sintieron
que algo se movía detrás de un arbusto. Jacarandá
se acercó para ver que había. Dio un paso dio
otro, dio un paso, dio otro y allí la pudo ver: era una simpática
ardilla comiendo una nuez. Al verlos, la ardillita se escabulló
asustada entre las plantas.
-¡Quiero
verla! -murmuró Jacinto, quien fue interrumpido por otro sonido.
Los hermanitos se dieron vuelta y descubrieron a la segunda visita:
un hermoso ciervo tímido y pequeño.
-¡Un
bambi! -susurró Jacarandá. Y para evitar asustarlo, se acercó en puntas de pie. Dio
un paso, dio otro, dio un paso y otro y lo
acarició.
De un momento a otro el
bosque entero había venido a visitarlos. Estaban rodeados de
ciervos, liebres, ardillas, sapos, ranas, pájaros carpinteros,
colibríes y búhos. Jamás habían
visto tantos animales juntos, que si bien parecían inofensivos, les
daba miedo.
-A la
cuenta de tres empezamos a correr -propuso la pequeña-. Uno,
dos tres!!!
Y en seguida salieron
disparados. Corrieron a mucha velocidad con todos los animales
corriendo detrás de ellos.
-¡Me están
alcanzando! -gritaba Jacinto.
-Corre
Jacinto, ¡no te detengas!
-¡Tengo
miedo que me alcancen! Oh! ¡Quiero mami! -se quejaba Jacinto.
-Vamos
corre rápido o nos atraparán! seguía alentándolo Jacarandá.
-Ayúdame,
no te alcanzo, el ciervo se me esta acercando.
-Dame la
mano, confía en mí.
Era tal el miedo que
tenían, que no se daban cuenta que eran animales inofensivos con
ganas de jugar. Anduvieron por el bosque un largo rato hasta que por
fin Jacarandá encontró un arbusto donde esconderse.
-¿Y ahora
qué hacemos?
-Nada -respondió Jacarandá. Respiró profundamente,
y entendió que algo habían hecho mal. Si bien el plan era regalarle
una sorpresa a mamá, pintar las paredes y escaparse al bosque no
había sido la mejor idea. Habían hecho enojar a su madre y eso no
le gustaba nada. Entonces se levantó con el impulso de regresar pero
se dio cuenta que no tenía ni idea de dónde estaban.
-Me
parece que estamos perdidos Jacinto. ¿Tú sabes como volver?
-No -Respondió su hermano al borde de las lágrimas.
Jacarandá volvió a
sentarse para pensar un plan.
-Quiero ir
a casa -suplicó Jacinto.
-Ahora
volvemos -dijo su hermana concentrada dispuesta a encontrar una
solución a este embrollo.
Un deseo fuerte se
apoderó de ella por hacer las cosas bien y reencontrarse con el amor
de su Madre. ¡Milagrosamente alguien la
escuchó! Jacarandá sintió que algo se despertaba dentro de ella
por debajo de su ombligo. Era una sensación nueva que le daba
cosquillas.
¡Una
lucecita se había encendido dentro de ella!
No sabía que era lo
que estaba pasando, pero tenía la certeza de que esa luz era algo
bueno. Puso las palmas de sus manos sobre sus rodillas y se entregó
a la magia de esta luz que ascendía por el centro de su cuerpo
haciéndole cosquillas. Se sentía enorme, como si esta luz tuviera
la fuerza para elevarla de la tierra y acercarla al cielo. Abrió los
ojos y vio a las nubes tan cerca que estiró las manos para tocarlas.
La luz siguió ascendiendo y de repente la lucecita comenzó a golpear en lo alto de su
cabeza. Ella apoyó su mano y tuvo una experiencia maravillosa. De lo
alto de su cabeza salía brisa fresca. ¡Jacarandá
no lo podía creer! Era la sensación más extraordinaria que había
tenido jamás. Miró las palmas de sus manos y notó que de ahí
también salía este airecito, mientras la lucesita la conectaba con
el todo el universo. Estaba más feliz que nunca.
-Jacinto, tengo brisa fresca en las manos y en la cabeza, y es
gracias a una lucecita que tengo adentro. ¿Quieres sentirla?
-Sí -respondió sin titubear su hermano.
-Solo
tienes que desearlo. Cierra los ojos y desea con fuerza que esta
lucecita se despierte dentro tuyo.
Su hermano, cerró sus
ojitos y dijo para sus adentros: “Lucecita, por favor,
despiértate dentro mío”. ¡Y así fue! ¡Plin! la luz se encendió debajo de su ombligo y ascendió
rápidamente a lo alto de su cabeza. Jacinto sonreía como nunca. Fue
entonces cuando oyeron una enorme voz que provenía del bosque. Era
la voz de la naturaleza que les decía:
“Esa luz que se
despertó dentro de ustedes es el pedacito de universo que cada ser
humano lleva dentro suyo. Es la energía que los cuida y los trajo a
este lugar para que se vuelvan a conectar con ella. Ahora están
conectados para siempre y pueden usarla cada vez que la necesiten. Es
un poder que tienen que cuidar, para que se haga bien fuerte, y luego
despertarlo en otras personas”.
Un fuerte viento voló
los cabellos de los niños. Jacarandá notó nuevamente la presencia
de los animalitos. Pero esta vez no tuvo miedo y con el corazón
contento tomó de la mano a su hermano y le dijo:
-Volvamos a casa. Ya sé cuál es el camino de regreso.
Continuará…