Capítulo 2


Sandwichitos en el sur



Una nube de polvo cubría el camino. El auto de la familia Mc Love asomaba su trompa a gran velocidad. Ana conducía mientras Jacarandá y Jacinto observaban encantados las montañas y los árboles del paisaje. Aunque algo ansiosos preguntaban una y otra vez:
-¿Cuánto falta, ma?
-¿Cuándo llegamos?
-¿Falta mucho?
A lo que la mamá respondía una y mil veces:
-Ya falta menos chicos, en un rato llegamos, estamos cerca.
Pero era imposible calmarlos. Ellos seguían insistiendo.
-Tengo hambre.
-Yo tengo sed.
-Tengo sueño.
Y ante tantos pedidos la madre, en un instante de distracción, se dio vuelta para calmarlos.
-Niños, por favor, tengan paciencia. En la canasta tienen galletas y refresco. Tomen lo que quieran.
Y cuando volvió a mirar adelante, vio algo que la dejó paralizada: un enorme caballo cruzado en medio de la ruta.
-¡Pequeños! ¡Agárrense fuerte! 
El auto iba a mucha velocidad y era imposible frenarlo. Ana dio un fuerte volantazo para esquivarlo que los hizo salirse del camino y adentrarse en el bosque. Y justo antes de estrellarse contra un árbol, dio un volantazo para el otro lado. Estuvieron a punto de caerse en una laguna. Por suerte, Ana reaccionó a tiempo y clavó con todo los frenos.
El auto se deslizó unos metros sobre la tierra y cuando estaba por tocar el agua, por fin se detuvo, pero lo que no pudo detener fue su corazón, más acelerado que nunca.
-¿Pequeños? ¿Se encuentran bien? No tengan miedo, todo está en orden. Mamá se distrajo uno segundos y... casi chocamos, pero les prometo que no va a volver a suceder.

Ana encendió nuevamente el auto y logró retomar el camino y luego de unas cuantas horas exclamó:
-Llegamos!!!
- Bien!!! festejaron los pequeños.
Los niños salieron disparados hacia la casa, jugando una carrera a ver quién llegaba primero. 
-¡Listos, preparados, ya!
Claro que ganó el perro del vecino que, al ver la llegada de los visitantes, se autoinvitó a la posta. 
La madre mientras abría el baúl del auto, intentaba recordar en qué bolso había guardado las llaves.
-Jacarandá, ¿recuerdas dónde puse las llaves de la casa? ¡Ay! ¡No! ¡Me olvidé las llaves! 
El bosque se hizo silencio para escuchar la fatídica noticia.
-Mmm… Parece que mamá no tiene un buen día. Alguna manera debe haber para que podamos entrar. 
Y enseguida recordó el momento en que su mamá puso las llaves de la casa en la guantera del auto.
-¡Aquí están mamá! 
La madre aliviada comenzó a descargar todo lo que habían cargado, que era prácticamente la mitad de lo que tenían en su casa. Los niños ayudaron cargando los bolsos por el sendero de entrada. 

Una vez todos adentro, Ana abrió las ventanas, mientras Jacinto se colgaba de su falda pidiendo algo para comer. La madre un poco despistada, no recordaba dónde había guardado los sándwiches. Pero no hizo falta pensar mucho, el perro ya los había encontrado.
-¡Qué despistada soy! ¿Qué hace usted ahí? ¡Aléjese de los emparedados ya mismo! ¡Pequeños a comeeeer!
-¿Y papá? ¿Cuándo viene? preguntó Jacarandá.
-No sé hija, papá está presentando su libro muy lejos de aquí. A la noche lo llamamos.
-Quiero otro sandwichito -dijo Jacinto con la boca llena de pan.
Los tres disfrutaron del almuerzo mientras planeaban qué harían por la tarde.
-¿Qué les parece si dormimos una siesta y después salimos a pasear?
-No mamá, quiero ir a buscar a mis amigas.
-Yo quiero mirar los dibujitos.
-Primero la siesta y después lo que ustedes quieran.
El perro se hizo un festín con los restos de pan mientras los niños y la madre subían a la habitación. 
Ana se tiró en el medio de la cama y los chicos se zambulleron a sus costados. Ana se durmió enseguida, pero Jacarandá se aguantó lo más que pudo: dos minutos.
-Jacinto, ¿estás dormido?
-No. Contestó el pequeño.
-¿Nos levantamos?
Y sin esperar a la respuesta de su hermano, se deslizó por la cama para no despertar a su mamá, quien roncaba como un chancho.

Continuará…