Sandwichitos en el sur
Una nube de polvo
cubría el camino. El auto de la familia Mc Love asomaba su trompa a
gran velocidad. Ana conducía mientras Jacarandá y Jacinto
observaban encantados las montañas y los árboles del paisaje. Aunque algo ansiosos preguntaban una y
otra vez:
-¿Cuánto falta, ma?
-¿Cuánto falta, ma?
-¿Cuándo llegamos?
-¿Falta mucho?
A lo que la mamá
respondía una y mil veces:
-Ya falta menos
chicos, en un rato llegamos, estamos cerca.
Pero era imposible
calmarlos. Ellos seguían insistiendo.
-Tengo hambre.
-Yo tengo sed.
-Tengo sueño.
Y ante tantos pedidos
la madre, en un instante de distracción, se dio vuelta para
calmarlos.
-Niños, por
favor, tengan paciencia. En la canasta tienen galletas y refresco.
Tomen lo que quieran.
Y cuando volvió a mirar adelante, vio algo que la dejó paralizada: un enorme caballo cruzado en medio de la ruta.
Y cuando volvió a mirar adelante, vio algo que la dejó paralizada: un enorme caballo cruzado en medio de la ruta.
-¡Pequeños!
¡Agárrense fuerte!
El auto iba a mucha
velocidad y era imposible frenarlo. Ana dio un fuerte volantazo para
esquivarlo que los
hizo salirse del camino y adentrarse en el bosque. Y justo antes de
estrellarse contra un árbol, dio un volantazo para el otro lado. Estuvieron a punto de
caerse en una laguna. Por suerte, Ana reaccionó a tiempo y clavó
con todo los frenos.
El auto se deslizó
unos metros sobre la tierra y cuando estaba por tocar el agua, por
fin se detuvo, pero lo que no pudo detener fue su corazón, más
acelerado que nunca.
-¿Pequeños?
¿Se encuentran bien? No tengan miedo, todo está en orden. Mamá se
distrajo uno segundos y... casi
chocamos, pero les prometo que no va a volver a suceder.
Ana encendió nuevamente el auto y logró retomar el
camino y luego de unas cuantas horas exclamó:
-Llegamos!!!
-Llegamos!!!
- Bien!!! festejaron los pequeños.
Los niños salieron
disparados hacia la casa, jugando una carrera a ver quién llegaba
primero.
-¡Listos, preparados, ya!
Claro que ganó el
perro del vecino que, al ver la llegada de los visitantes, se
autoinvitó a la posta.
La madre mientras abría
el baúl del auto, intentaba recordar en qué bolso había guardado
las llaves.
-Jacarandá,
¿recuerdas dónde puse las llaves de la casa? ¡Ay! ¡No! ¡Me
olvidé las llaves!
El bosque se hizo
silencio para escuchar la fatídica noticia.
-Mmm…
Parece que mamá no tiene un buen día. Alguna manera debe haber para
que podamos entrar.
Y enseguida recordó el
momento en que su mamá puso las llaves de la casa en la guantera del
auto.
-¡Aquí
están mamá!
La madre aliviada
comenzó a descargar todo lo que habían cargado, que era prácticamente la mitad de lo que tenían en su
casa. Los niños ayudaron
cargando los bolsos por el sendero de entrada.
Una vez todos adentro, Ana abrió las
ventanas, mientras Jacinto se colgaba de su falda pidiendo algo para
comer. La madre un poco despistada, no recordaba dónde había
guardado los sándwiches. Pero no hizo falta pensar mucho, el perro
ya los había encontrado.
-¡Qué despistada soy! ¿Qué hace usted ahí? ¡Aléjese de los
emparedados ya mismo! ¡Pequeños a comeeeer!
-¿Y
papá? ¿Cuándo viene? preguntó Jacarandá.
-No sé hija,
papá está presentando su libro muy lejos de aquí. A la noche lo
llamamos.
-Quiero
otro sandwichito -dijo Jacinto con la boca llena de pan.
Los tres disfrutaron
del almuerzo mientras planeaban qué harían por la tarde.
-¿Qué les
parece si dormimos una siesta y después salimos a pasear?
-No
mamá, quiero ir a buscar a mis amigas.
-Yo quiero
mirar los dibujitos.
-Primero la
siesta y después lo que ustedes quieran.
El
perro se hizo un festín con los restos de pan mientras los niños y
la madre subían a la habitación.
Ana se tiró en el
medio de la cama y los chicos se zambulleron a sus
costados. Ana se durmió enseguida, pero Jacarandá
se aguantó lo más que pudo: dos minutos.
-Jacinto, ¿estás dormido?
-No. Contestó el pequeño.
-¿Nos
levantamos?
Y sin esperar a la
respuesta de su hermano, se deslizó por la cama para no despertar a
su mamá, quien roncaba como un chancho.
Continuará…