Una vela enciende otra vela
El atardecer se hacía
presente y Jacarandá caminaba con su hermano de la mano, protegidos
por los animales que iban detrás.
A lo lejos ambos
divisaron la casa. Contentos corrieron, pero algo los detuvo. Fue el grito de su madre, quien los esperaba preocupada en la
puerta de la casa.
-¿Dónde se
metieron? ¿Me pueden explicar por qué se fueron tanto tiempo?
Mamá estaba enojada y
había que darle una explicación.
-Entren ya
mismo, estoy muy enojada. Tres horas solos en el bosque es mucho
tiempo. ¡Hasta pensé en dar aviso a la
policía!
De
todos modos, Ana a veces era un poco exagerada.
-Mamá,
¿podemos ir al jardín?, queremos contarte algo.
Y tironeando de
la mano la llevaron al jardín.
-Sentate
mami. Yo quería darte una sorpresa, por eso pinté las paredes. ¿Me
perdonas?
-Que sea la
última vez.
-Y como
te habías enojado, nos fuimos al bosque y tuvimos la experiencia más
hermosa del mundo.
-¿Ah, sí?
-Sí, nos
salía brisa fresca de la cabeza, gracias a la lucecita -agregó Jacinto.
-¿Qué?
¿brisa? ¿lucecita? ¿De qué están hablando?
-Yo
cerré los ojos fuerte fuerte deseando que me perdones y de repente,
se me encendió una lucecita adentro mío ¿Querés probar?
-¿Y qué
tengo que hacer?
-Sólo
tenés que desearlo.
Entonces Ana cerró sus
ojos dejándose llevar por esta descabellada propuesta.
-Lucecita, por favor, despiértate dentro nuestro.
Y de repente ¡PLIN
PLIN PLIN! Jaracandá, Jacinto y Ana sintieron un
cosquilleo debajo de su ombligo.
-Lucecita por favor, sube a lo alto de nuestras cabezas.
-¡Tengo
brisa fresca! -exclamó Jacinto.
La madre había
alcanzado un estado de paz y tranquilidad que dejó su mente en
completa calma.
-Es verdad,
ya también puedo sentirla -dijo sorprendida la mamá.
Ana no sabía de que se
trataba esta experiencia, pero estaba segura de que era un regalo del
más allá, algo que escapaba a la mente humana.
-Están perdonados.
Los amo pequeños.
Y los tres se fundieron
en un profundo abrazo, acompañado por un viento que volaba sus
prendas y sus cabellos.
Continuará…