Una llegada inesperada
Al
día siguiente el sol se asomó por las ventanas de Ana, quien como siempre roncaba como
un chancho. Entreabrió sus ojos, con una sensación de paz
desconocida para ella. Se levantó y fue hasta el baño a lavarse la
cara. Se miró en el espejo y hubo algo que llamó su atención.
Sus ojos estaban más claros que lo habitual y no tenía rastros de
cansancio. Y además tenía la intuición de que algo bueno estaba
por venir.
Caminó
descalza por el pasillo pisando algunos juguetes y bajó la escalera.
En
la cocina, mientras calentaba el agua para el té, sintió el motor
de un auto que se acercaba. Su corazón comenzó a
latir con fuerza. Corrió la cortina y vio un taxi estacionar y las manos de un hombre
que cargaban un maletín.
-¡El
maletín de Fermín!
Y así como
estaba, descalza y en camisón quiso correr a su encuentro, pero como
de costumbre no encontraba las llaves, y como un correcaminos subió
y bajó la escalera unas siete veces, mientras
se tropezaba con todo lo que se cruzaba en su camino.
-¿Donde
he dejado las llaves?
Hasta
que por fin las vio sobre la mesa.
-¡Allí
están! -Desesperada se abalanzó
sobre el manojo de llaves y por fin abrio la
puerta.
-¡Hola, Ana! -exclamó al verla su esposo.
-¡Fermín! No lo puedo creer ¡Yo
sabía que algo bueno iba a suceder!
Fermín
dejó su valija en la puerta y abrazó con alegría a su mujer.
Ana
y Fermín aprovecharon que los pequeños durmientes continuaban en
sus camas para tomar tranquilos un té, mimarse un poco y hablar de
cosas de gente grande.
Hasta
que alguien se asomó por la escalera. Era Jacarandá.
-¡Hola papi! Mmm, ¿Te ha contado mamá lo de …?
-Baja la escalera, ven a saludar a tu padre.
Jacarandá
se acercó a su mamá y le dijo al
oído:
-¿Entonces
no le has contado nada todavía?
La madre cómplice, guiñándole un ojo, le dio a entender que no le había contado nada de la travesura. Jacinto se asomó desde su habitación y al ver a su papá corrió a esconderse debajo de la cama.
La madre cómplice, guiñándole un ojo, le dio a entender que no le había contado nada de la travesura. Jacinto se asomó desde su habitación y al ver a su papá corrió a esconderse debajo de la cama.
-¿Quién anda por ahí? ¿Me parece a mí o he visto un pequeño
zorrillo debajo de la cama?
Fermín subió
las escaleras,
se asomó debajo de la cama y allí lo vio, escondido tras un zapato.
-No lo volveremos a hacer nunca más papá, lo prometo.
-¿Qué ha pasado aquí en mi ausencia? Ana, ¿me están ocultando
algo?
-Bueno, ya más tarde te contaré, travesuras de niños.
-¿Podemos contarle a papá lo de la lucecita? -preguntó la niña.
-Pues claro mi vida -dijo Ana- mientras servía el desayuno a la familia.
-Fermín, los chicos tienen algo muy importante para contarte.
-¡La lucecita! -dijo entusiasmada Jacarandá.
-¿Qué
lucecita?
-Una
que tenemos adentro y que cuando se despierta te sale vientito fresco
por las manos.
-Estoy
muy cansado, ¿no me lo quieren enseñar más tarde? Ahora me quiero
dar un baño y dormir un rato.
-No papá, tiene que ser ahora. ¡Es muy importante!
-Estoy
muy cansado chicos, dormí poco en el avión.
-Dale papi, por favor ¡hagámoslo ahora!
-Bueno,
al menos déjenme darme un baño y ponerme ropa más cómoda.
-Está bien papá. Nosotros te esperamos en el jardín.
Continuará...
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